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sábado, 21 de janeiro de 2017

El Papa a los Dominicos: ‘Ser sal y luz en el carnaval mundano de hoy – Texto de la homilía

El Santo Padre clausura el jubileo por los 800 años de la Orden de los Predicadores con una misa en San Juan de Letrán


Santo Domingo de Guzmán, fresco de Fray Angélico
Santo Domingo de Guzmán, fresco de Fray Angélico
(ZENIT – Ciudad del Vaticano).- El papa Francisco presidió este sábado por la tarde la santa misa conclusiva del ‘Jubileo de los Dominicos’, iniciado el 7 de noviembre pasado con motivo de los 800 años de la confirmación de la Orden de los Predicadores por el papa Honorio III.

En la catedral de Roma, la basílica de San Juan de Letrán, el Santo Padre después de inciensar el altar y de las lecturas del día, invitó a los dominicos a ser sal y luz en el carnaval mundano de hoy como lo fueron en el de ayer, y en medio del ambiente ‘líquido’ y globalizado responder con las obras buenas que hacen nacer en el corazón el agradecimiento a Dios Padre, la alabanza, o al menos el interrogante: ‘¿por qué?’, ‘¿por qué esa persona se comporta así?’, inquietando al mundo delante del testimonio del Evangelio.

A continuación el texto completo:

“La palabra de Dios hoy nos presenta dos escenarios humanos opuestos: de una parte el ‘carnaval’ de la curiosidad mundana; de otra la glorificación del Padre mediante las buenas obras. Y nuestra vida se mueve siempre entre estos dos escenarios.

De hecho estos están en cada época, como lo demuestran las palabras de san Pablo dirigidas a Timoteo (cfr 2 Tm 4,1-5). Y también santo Domingo como sus primeros hermanos, ochocientos años atrás, se movía entre estos dos escenarios.

Pablo le advierte a Timoteo que deberá anunciar el Evangelio en medio a un contexto donde la gente busca siempre nuevos maestros, fábulas, doctrinas diversas e ideologías … «Prurientes auribus» (2 Tm 4,3).

Es el carnaval de la curiosidad mundana, de la seducción. Por esto el Apóstol instruye a su discípulo usando también palabras fuertes, como ‘insiste’, ‘amonesta’, ‘reprende’, ‘exhorta’; y después ‘vigila’, ‘soporta los sufrimientos’ (vv. 2.5).

Es interesante ver como ya entonces, hace dos mil años, los apóstoles del Evangelio se encontraban de frente a este escenario, que en nuestros días se ha desarrollado y globalizado a causa de la seducción del relativismo subjetivista.

La tendencia de buscar novedades, propia del ser humano, encuentra el ambiente ideal en la sociedad del aparecer, del consumo, en el cual muchas veces se reciclan cosas viejas, pero lo importante es hacerlas aparecer como nuevas, atrayentes, cautivantes.

También la verdad es maquillada. Nos movemos en la llamada ‘sociedad líquida’, sin puntos fijos, sin ejes, privada de referencias sólidas y estables; en la cultura del efímero, del usa y descarta. Delante de este ‘carnaval’ mundano se destaca netamente el escenario opuesto, que encontramos en las palabras de Jesús que apenas hemos escuchado: “Rindan gloria al Padre vuestro que está en los cielos”.

¿Y como se realiza este pasar de la superficialidad pseudo-festiva a la glorificación? Se realiza a través de las obras buenas de aquellos de quienes volviéndose discípulos de Jesús se han vuelto ‘sal’ y ‘luz’.

“Resplandezca así vuestra luz delante de los hombres –dice Jesús– para que vean vuestras obras buenas y rindan gloria al Padre vuestro que está en los cielos”. En medio al ‘carnaval’ de ayer y de hoy, esta es la respuesta de Jesús y de la Iglesia, este es el apoyo sólido en medio del ambiente ‘líquido’: las obras buenas que podemos realizar gracias a Cristo y a su Espíritu Santo, y que hacen nacer en el corazón el agradecimiento a Dios Padre, la alabanza, o al menos el interrogante: ‘¿por qué?’, ‘¿por qué esa persona se comporta así?’, inquietando al mundo delante del testimonio del Evangelio.

Pero para que suceda este ‘sacudón’ es necesario que el sal no pierda el sabor y la luz no se esconda (cfr Mt 5,13-15).

Jesús lo dice de manera muy clara: si el sal pierde su sabor no sirve más para nada. ¡Ay el sal si pierde el sabor!, ¡Ay de una Iglesia que pierde el sabor!, ¡cuidado con un sacerdote, a un consagrado, a una congregación que pierde su sabor!

Hoy nosotros rendimos gloria al Padre por la obra que santo Domingo, lleno de la luz y del sal de Cristo, ha cumplido hace ochocientos años; una obra al servicio del Evangelio, predicado con la palabra y con la vida; una obra que, con la gracia del Espíritu Santo, ha hecho que tantos hombres y mujeres hayan sido ayudados a no dispersarse en medio del ‘carnaval’ de la curiosidad mundana; pero que en cambio hayan sentido el gusto de la sana doctrina, el gusto del Evangelio y se hayan vuelto a su vez luz y sal, artesanos de las obras buenas… y verdaderos hermanos y hermanas que glorifican al Dios y enseñan a glorificar a Dios con las buenas obras de la vida”.

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