«Este heraldo de san Antonio de Padua engarzó con su vida una hermosa
sinfonía de fraternidad y comunión. Tal fue su vínculo con el santo
capuchino que fue denominado Lucas de san Antonio. Escribió sus
Sermones»
Beato Lucas Belludi (Franciscanos.org) |
(ZENIT – Madrid).- Hoy se celebra a los siete santos fundadores de la
Orden de los Siervos de la Virgen María, y también, entre otros, la de
este beato.
La vida de un apóstol es una aventura apasionante. Una misteriosa
dádiva otorgada al margen de flaquezas y cualidades le hace permeable a
la gracia. Lleno de celo apostólico, instado por el Espíritu Santo a
compartir su fe con todo aquel que pase por su lado, tiene en sus manos
la imponente responsabilidad de influir en la vida de una persona,
–porque esa es la voluntad de Dios que lo ha elegido libremente
destinándole a dar abundantes frutos (Jn 15, 16-17)–, para que oriente
sus pasos hacia Él. Lucas fue uno de los agraciados para seguir a Cristo
y hacerlo, además, acompañando a uno de los más estimados santos de la
Iglesia: Antonio de Padua. Por si fuera poco, el pistoletazo de salida
para su entrega definitiva se lo dio personalmente san Francisco de
Asís.
Nació en Padua, Italia, en el seno de la adinerada familia Belludi, a
finales del siglo XII o al inicio del XIII. Fue un hombre profundo y
sencillo, excelente predicador; poseía una vasta cultura. En 1220 fue
cuando se produjo su decisivo encuentro con san Francisco. La presencia
en la ciudad del Poverello tenía carácter apostólico. Era una escala que
se produjo tras su paso por Oriente y aprovechó su estancia en Padua
para fundar un convento cerca de Venecia, que se erigió al lado de la
iglesia de Santa María de Arcella. Fue un lugar emblemático, lleno de
historia. En el hospicio para los frailes que lo atendían, el santo de
Asís –al igual que hizo con una integrante de las Damas Pobres de santa
Clara, la beata Elena Enselmini–, impuso a Lucas el hábito que le
convertía en miembro de la Orden de los Frailes Menores. Todo parece
indicar que su amor por el sacerdocio se lo debió a Francisco que
apreció en él las virtudes y disposición requeridas para ello.
Lucas convivió durante siete años, caracterizados por una intensa
labor apostólica, oración y penitencia, junto a esa primera comunidad
que habitó el convento. Allí escribió los Sermones que eran fruto de su
reflexión y profundas vivencias. La divina Providencia quiso que en esa
época se encontrara con Antonio. Éste había regresado a Italia en 1227
después de haber predicado en el sur de Francia. Pentecostés de ese año
había tenido un peso significativo en la vida de este gran santo
capuchino, ya que fue designado ministro provincial del norte de Italia.
Lucas estuvo presente en ese capítulo general realizado en La
Porciúncula, y ya no se separaría de él. De modo que, ambos, Antonio y
él, llevaron el mismo camino. Se convirtió en su brazo derecho, le
acompañó a todas partes, y fue testigo de su predicación ante el
pontífice Gregorio IX en la Cuaresma de 1227.
Tres años más tarde, siempre unidos en el mismo espíritu, llegaron a
la ciudad de Asís en la que se celebró nuevo capítulo general. Fueron
instantes plagados de emociones y vivencias espirituales compartidos con
numerosos frailes que se hallaban presentes en el traslado del cuerpo
de san Francisco. Sus restos se encontraban en la iglesia de san Jorge y
descansarían a partir de entonces en la basílica construida en la
colina del Paraíso.
La salud de Antonio andaba entonces bastante maltrecha. Su fama de
santidad le precedía y las noticias sobre los hechos prodigiosos que se
obraban en su presencia habían traspasado fronteras. Nobles y plebeyos
se lo disputaban. Al regreso de Asís, el conde Tiso lo acogió en
Camposampiero. Lucas, que siempre estaba al lado de Antonio, previniendo
su fin dispuso su traslado a Padua. Y fue en Arcella donde le acompañó y
le asistió permaneciendo junto a él hasta que exhaló su último aliento
el 13 de junio de 1231. El estrecho lazo que vinculó a ambos propiciaría
su denominación de «Lucas de san Antonio». Después de la muerte de
éste, Lucas fue elegido Ministro provincial en distintas ocasiones. En
esa época, el temido Ezzelino II, que ejercía un poder autoritario en la
región y oprimía a la Iglesia, tuvo noticias de su valentía porque no
dudó en enfrentarse a su lugarteniente Ansedisio denunciando los
constantes abusos, crueldades y tropelías del gobernante. El resultado
fue el destierro y el embargo de las posesiones de su familia.
Lucas prosiguió trabajando, redactando los Sermones de Antonio que
publicó. Además, escribió sus propios Sermones Dominicales junto a
diversas obras que en su mayoría aún permanecen inéditas. Testigo
privilegiado de las virtudes del santo de Padua, fue promotor de su
causa (Antonio fue canonizado a los once meses de su fallecimiento por
Gregorio IX) y estuvo también al frente de la construcción de su
basílica en esta ciudad. Entonces era provincial y en el transcurso de
su misión fue artífice de nuevos conventos. Este hombre humilde y
caritativo murió en el hospicio de la Arcella (Padua) el 17 de febrero
de 1286. Se dio la circunstancia de que su cuerpo fue enterrado en el
mismo sepulcro que inicialmente había acogido el de Antonio, sepultura
que se halla en la basílica erigida en su honor. En 1971 sus restos se
trasladaron a otra tumba ubicada en el mismo templo. Su culto fue
aprobado el 18 de mayo de 1927 por Pío XI.
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