«La pasión por la Eucaristía que caracterizó la vida de esta santa
fue el germen de su fundación: el Instituto de las Hermanas del
Santísimo Sacramento (Sacramentinas), que puso en marcha en medio de
numerosos contratiempos»
Santa Gertrudis (Caterina) Comensoli |
(ZENIT – Madrid)- Cuando el amor a Dios se enciende de veras, no hay
quien lo apague. En esta santa bullía tanta ternura por el Santísimo
Sacramento que lo convirtió en el eje vertebral de su vida, dedicada
también a difundir su adoración. De ella irradiaba su caridad y radical
entrega caracterizada por un afán indesmayable de donación, ofrecida con
presteza y disposición a apurar el cáliz que demandaba, ebría de pasión
por Dios. Eso se aprecia enseguida en las insistentes súplicas que
elevaba asegurándose con su fidelidad la gracia de no apartarse jamás de
Él.
Nació en Bienno, Val Camónica, Brescia, Italia, el 18 de enero de
1847. Era la quinta de diez hermanos. La divina Providencia fue marcando
los pasos de esta fundadora que quiso cumplir la voluntad de Dios ante
todo. Seguramente los cimientos de su fe, fraguados dentro de su
ejemplar familia, introdujeron en su infancia la tendencia a la oración.
Sin atisbo de puerilidad, y en su inocencia, cuando la veían en estado
meditativo y preguntaban qué hacía, respondía: «Pienso». Pero sus
reflexiones calaron en ella de tal modo que antes de cumplir 7 años se
las arregló para tomar por su cuenta el Cuerpo de Cristo, ataviada con
un chal de su madre y amparada por la balaustrada del altar, oportuno
parapeto que le permitió alcanzar su sueño. Se entiende que después
escribiera: «No permitas, Jesús, jamás, que yo viva ni un solo instante
sin amarte, sin corresponder a tu amor…».
La formación catequética y la luz que le dieron sus confesores
inflamó su espíritu despertando en él una ardiente devoción por el
Santísimo Sacramento. «¡Jesús, amarte y hacer que te amen!», fue el lema
que brotó de su interior en la infancia. Enardecida de amor, todo le
parecía poco para Él: «Estoy dispuesta a sufrir todo aquello que tu
bondad me hará padecer en expiación de mis grandes pecados y por la
salvación de las almas». «Señor, si te parece bien, dame todas las
enfermedades que quieras. Hazme morir, aniquílame para que yo pueda
amarte y hacerte amar». No cabía otra cosa en su corazón que este
ferviente anhelo: «Mi amor Sacramentado, ¡Tú sabes que no tengo otra
consolación que verte solemnemente expuesto sobre tu trono de amor!».
Son sentimientos que solamente comprenden espíritus sensibles, abiertos a
la gracia divina y dispuestos a alcanzar la perfección sin poner cota a
cualquier sacrificio.
Buscando la vía para su consagración, ingresó en el Instituto de
Hijas de la Caridad, de Lovere (Brescia). Pero la enfermedad la apartó
de este camino. El revés económico de su familia la empujó a servir como
empleada doméstica para el párroco de Chiari, Giovanni Baptista Rota, y
cuando éste fue designado obispo de Lodi, trabajó para la condesa
Fè-Vitali, asistiéndola en el cuidado de su hijo recién nacido.
Permaneció a su lado en San Gervasio (Bérgamo) doce años. En ese periodo
su inteligencia y tesón hicieron de ella una persona madura humana,
cultural y espiritualmente. En 1878 efectuó la consagración perpetua de
su virginidad de forma privada y con permiso de su confesor.
Su inclinación a la enseñanza de las jóvenes y de los enfermos en San
Gervasio, que simultaneó con su trabajo, la incitaba a crear una
fundación dedicada a ellos. Confió este anhelo al obispo de Bérgamo,
huésped de la condesa, y el prelado la animó. León XIII le sugirió que
vinculara adoración, su idea inicial, a la educación de las jóvenes
obreras. El hecho se materializó al encontrarse con el padre Francisco
Spinelli, que actuó como catalizador del proyecto en una época en la que
era vedada a las mujeres la administración y gestión, por considerar
que no estaban capacitadas para ello.
El Instituto se fundó el 15 de diciembre de 1882 en Bérgamo. Pero un
problema económico separó a Gertrudis del padre Spinelli, y la fundación
se bifurcó en dos. El 18 de enero de 1889 anotó sus sentimientos: «Este
es el día de la terrible catástrofe mi Jesús, de aquí a pocos minutos
estarán aquí, vienen a clausurar todo… sustentadme en la dura prueba,
ayudadme por caridad. Los hombres clausuran nuestras cosas. Vos sellad
mi corazón dentro de vuestro dulce y amable corazón, ya no me sacaréis…
siempre tenedme con vos, mi querido Jesús, hágase tu voluntad. Amén». Y
el Instituto se revitalizó, renaciendo a fuerza de oración y fe, de
mucho sufrimiento aceptado humildemente que hizo que Gertrudis y las
monjas trabajasen denodadamente para mantenerlo en pie. El obispo de
Lodi, en cuya familia había prestado servicios domésticos la santa, les
ayudó. ¡Designios de la Providencia! Además, la recomendación de tutela
de esta fundación por parte del obispo de Bérgamo a monseñor Rota fue
definitiva para el reconocimiento de la misma que se produjo en 1891.
En marzo de 1892 todas regresaron a esta ciudad. Y la fundadora aún
dispuso de unos años para seguir alentando a sus hijas a la vivencia de
la oración, la humildad, la obediencia y disponibilidad, virtudes que
signaron también su quehacer, además de impulsar nuevas casas. Más de
una veintena estaban en marcha cuando murió el 18 de febrero de 1903.
Juan Pablo II la beatificó el 1 de octubre de 1989. Fue canonizada el 26
de abril de 2009 por Benedicto XVI.
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