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domingo, 21 de janeiro de 2018

Se fue a buscar la verdad con los monjes Shaolin... y la encontró, pero en la réplica de un católico

La seducción del budismo cedió ante la persona de Cristo

Théo comprendió pronto la falsedad de pensar que a Dios se llega por cualquier camino. Foto: Louis Lefevre / L1visible
21 enero 2018


El 11 de enero, al inaugurar en Rajgir (Nalanda) la 4ª Conferencia Interncional Dharma-Dhamma, el predidente de la India, Ram Nath Kovind, recordó el vigesimoquinto aniversario del acuerdo entre su país y la ASEAN (Asociación de Naciones del Sureste Asiático, por sus siglas en inglés, fundada en 1967), y señaló el budismo como raíz común y espiritualidad unificadora de todos los países que la forman: "Se calcula que más de la mitad de la actual población mundial vive en regiones históricamente influidas -y que en muchos casos continúan siendo influidas- por la iluminación que el Señor Buda logró y puso como modelo para la humanidad. Ése es el hilo que nos mantiene unidos. Es también la visión que debe inspirarnos en el siglo XXI. Y es lo que verdaderamente se ha descrito como la Luz de Asia". Algunos medios han interpretado que Kovind (presidente del segundo país del mundo por población y séptimo por PIB) situó el budismo como "una forma temprana de globalización".

El presidente indio, Ram Nath Kovind, 14º presidente de la India desde julio de 2017, en la inauguración de un centro de meditación. Foto: PTI (Press Trust of India).

También en el Occidente descristianizado muchos quedan fascinados por el budismo como forma de vida o estructura mental. El joven Théo fue uno de ellos, pero precisamente en China descubrió el error fundamental de esa filosofía. Descubrió que no hay un camino para cada cual con el que llegar a Dios, sino uno solo: Nuestro Señor Jesucristo. Así cuenta cómo vivió ese cambio en L'1visible:

Tenía sed de felicidad y de verdad
Cuando yo era pequeño, pensaba que para ser feliz había que tener mucho dinero. En el último año del instituto, al finalizar un curso sobre la felicidad, emprendí esa búsqueda de la felicidad que tanto me faltaba. En mí mismo y a mi alrededor, veía la mentira por todas partes: todos intentaban dar una imagen de sí mismos, adquirir tal objeto, empezar tales estudios… pero nadie parecía feliz en el fondo. Comprendí que, si quería ser feliz, debía encontrar la verdad.

Una mañana, en el autobús, decidí dejar mis estudios e irme. ¿Adónde? Lo ignoraba. Mi mejor amigo estaba de acuerdo en venir conmigo. La vida de los monjes Shaolin en China nos parecía lo más cercano a lo que proponía Epicuro (341-270 a.C.), quien inspiraba nuestra visión de las cosas: la felicidad consiste en “no padecer dolor en el cuerpo ni turbación en el alma” (Carta a Meneceo).

Busto romano de Epicuro, del siglo II d.C., copia de uno griego de cuatrocientos años antes. Se conserva en el Metropolitan de Nueva York.

Gracias a la meditación, los monjes cuidaban su alma, y mediante el Kung Fu, de su cuerpo. Tras el bachillerato, trabajamos durante un año siguiendo su escuela, que admitía extranjeros. Me interesé por la espiritualidad budista y empecé a meditar. Además leía mucho, y en esos libros se hablaba a menudo del infinito, del eterno presente. Muy pronto me convencí de la existencia de un Dios, de una fuente, de una conciencia superior. Paralelamente, una mujer nos formó en el esoterismo y en el magnetismo, lo que me llevó a creer en los milagros porque comprendí que se podía trascender la materia.

Kung Fu (1972-1975), serie de la ABC protagonizada por David Carradine (1936-2009), contribuyó a la popularización en Occidente no solo ese arte marcial, sino la vida de los monjes Shaolin y la filosofía budista.

Así que nos fuimos a China, en un viaje sin retorno. Al llegar, la escuela que habíamos financiado durante cuatro años se reveló muy decepcionante.

Pero allí encontramos a un católico, Daniel, que nos hizo cambiar mucho. Nosotros le decíamos: “Hay muchos caminos para llegar a Dios, cada cual debe escoger el suyo”. Él nos respondía: “No, ¡solo hay un camino para llegar a Dios, y es Jesús! Él es la piedra angular”. Comprobé que nadie había hecho milagros comparables a los de Jesús. Así pues, ese hombre debía estar más cerca de la verdad que los demás. Comencé a leer el Nuevo Testamento. Jesús decía: “Orad”, y yo empecé a orar todos los días. Él decía: “No tendréis otro maestro que yo” (cf Mt 23, 8-10) y yo abandoné tanto la meditación budista como el esoterismo. Mi único guía espiritual en lo sucesivo sería Jesús.

Un día, al leer “Amaos los unos a los otros” me llené de una alegría sobrenatural, y supe que había encontrado lo que buscaba. La alegría estaba ahí, en el amor, por Jesús. Decidí volver a Francia. No tenía nada, ni trabajo, ni estudios, ni proyectos. Pero habiendo encontrado a Jesús, lo tenía todo, la fuente de la alegría y de la verdad. Para ser totalmente feliz, tenía que entregar mi vida a Dios. Decidí ir a París a casa de un amigo, tras haber dado todo mi dinero, y le pude decir a Jesús: “No tengo nada, haz de mí lo que quieras”.

Un mes más tarde tenía trabajo y alojamiento gratuito, con amigos cistianos, sin tan siquiera haberlo buscado. “Quien lo deja todo por mí, recibirá ciento por uno” (Mc 10, 28-30). Es verdad en lo material, pero también espiritualmente.

Algún tiempo después, profundamente entristecido porque no me sentía capaz de amar a mi próijo, Jesús me reveló su amor absoluto por mí. Es una experiencia indescriptible. Como si Jesús me dijese: “Eres el tipo más inútil de la tierra, pero yo te amo igualmente”. ¡Cuando uno se da cuenta de que no merece nada, es cuando Dios puede darnos esa plenitud de amor y de alegría que lo sobrepasa todo! Dios me ama, yo soy feliz.

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